En el año 2012, en Buenos Aires, Argentina, mi vida cambió drásticamente al recibir un diagnóstico médico que parecía una condena: Miastenia Gravis, una enfermedad autoinmune incurable. El diagnóstico fue confirmado mediante un electromiograma de fibra única. A partir de ese momento, mi cotidianidad quedó marcada por un tratamiento constante con inmunosupresores y altas dosis de piridostigmina. A pesar de todos los esfuerzos médicos, los síntomas no cesaban; al contrario, se fueron agravando con el paso del tiempo.
Años de lucha, de incertidumbre, de dependencia farmacológica y de deterioro físico me llevaron finalmente a jubilarme por incapacidad en el año 2022. Estaba agotada, física y emocionalmente, sin encontrar alivio ni respuestas. Sin embargo, algo en mí seguía buscando.
Fue entonces cuando, movida por la esperanza y el deseo profundo de transformación, decidí participar en una constelación familiar. Lo que ocurrió a partir de ahí fue tan sorprendente como esperanzador.
Los tres meses posteriores a la constelación no fueron fáciles: los síntomas se intensificaron, y llegué a pensar que todo había empeorado. Sin embargo, hoy entiendo que ese proceso fue una purga, una limpieza, una reestructuración profunda que estaba ocurriendo dentro de mí. Al año siguiente, en 2023, fui derivada nuevamente a Buenos Aires con la intención de iniciar un tratamiento con medicación biológica. Pero la realidad superó todas las expectativas: los estudios salieron negativos. El electromiograma de fibra única, aquel que me había condenado con tanta certeza más de una década antes, ahora no mostraba rastro alguno de la enfermedad.
Me retiraron toda la medicación. Desde entonces ha pasado un año. Estoy completamente sin fármacos, sin síntomas, con fuerza muscular recuperada y un bienestar general que no sentía hacía años. Y lo más asombroso de todo: han pasado ya tres años y diez meses desde la constelación, y el estado de salud se mantiene firme, estable y positivo.
MC Argentina (Tucuman)